PIENSO LA LUZ

Octubre, 2020
Artículo escrito para la publicación Iluminando espacios, palabras que nos hacen pensar en luz
Proyecto y compilación de Jésica Elizondo (Fonca, 2020)

Tania Solomonoff
Artista escénica interdisciplinaria

 

Pienso la luz como vibración, estado de la materia, espacio, información, movimiento, poder. Pienso en la idea geofísica y orgánica de la luz. Nuestro Sistema Nervioso y Solar son lumínicos. Micro y macro. La ubico en el origen molecular sosteniendo los ecosistemas. Pensar en la luz antropocéntrica (y no) y cosmogónica son otras posibilidades: las nociones de aparición y desaparición de la luz en la historia de la humanidad, del lugar que ocupa en el imaginario de las colectividades, de cómo interviene en nuestra relación con lo natural, lo artificial y lo híbrido. La luz visibiliza, oculta, revela, circula. Atraviesa un sin fin de sutilezas. Dependemos de una específica educación social y económica de la mirada que afecta nuestra percepción e interpretación de lo lumínico. Navegamos hacia el rumbo de lo transhumano, de la virtualidad pero, en realidad, comemos luz. Todo lo que ingerimos tiene esa cualidad luminosa que se metaboliza indisociablemente con lo que somos y hacemos. Me acuerdo de Carl Sagan cuando decía que somos polvo de estrellas. Sería hermoso hacer un proyecto sobre la serie COSMOS.

 

Respecto a la reflexión sobre práctica creativa y trabajo colaborativo, en lo personal, me sucede que se disloca lo habitual y aparece un particular ejercicio de intercambios, negociaciones, apoyos, complementariedades, cuidados y tensiones. La colaboración establece un tono que necesita un espacio-tiempo para dar y recibir, para situar la duda, las preguntas y el hacer. Ese tono varía muchísimo en cada proyecto. Digamos que la colaboración tiene una vida propia hecha de todos sus componentes. Es muy enriquecedor mapearlos y constelarlos. Colaborar implica la llegada en común a algo, la generación de un posible idioma común. Lo cual no significa estar de acuerdo, al contrario, tiene más que ver con abrazar la singularidad. Lo diverso o distinto nos confronta con las propias maneras de construir sentido y operatividad. En el mejor de los casos, nos hace transitar por el sin sentido y la inoperancia de nuestras propias creencias y expectativas. Soltar el control excesivo es clave –a mí me cuesta mucho–, necesito construir confianza y compartir anhelo con los demás. Creo que cuando se suelta el control y se confía se comprende un poco más el porqué estamos en proceso de algo. 

 

La colaboración hace que la práctica creativa se convierta en tierra fértil. Para mí es también un proceso co-formativo. Mucho de lo que hago es resultado de colaboraciones que me han marcado de por vida y que siguen habitando mi trabajo, decisiones, estéticas y afectos. Ahí también aparece la vida ética y la construcción de criterios.

 

Sobre el por qué sería importante o no trabajar de manera incluyente, creo que lo primero es revisar al interior de los procesos creativos a qué nos referimos con incluyente, y considerar que muchos proyectos no lo son. Y que cuando sí lo son, no siempre es sencillo definir y asumir sus implicaciones. La inclusión puede convertirse en un ejercicio muy potente que nos mueve más allá de lo disciplinar. En términos de un pensamiento gestáltico los otros nos ayudan e impulsan a completar la forma, a concluir el trazo, a establecer nuevas definiciones y conexiones. Desde una óptica creativa, relacional y sistémica, un proceso incluyente nos ayuda a considerar que somos parte de algo más grande, llamémoslo contexto, pertenencia, sociedad, conciencia. Pero también nos hace considerar que somos resultado de una particular filogénesis y ontogénesis. Que traemos historia y que eso construye un tejido específico, una sumatoria (tensa), un paisaje (irregular). La inclusión puede introducirnos a una mirada crítica y autocrítica respecto a una porción de la realidad. Implica -si realmente nos dejamos afectar- un ejercicio de movimiento, de toma de decisiones, de fisura, de puesta en duda. Para mí un gran desafío al producir es que se puedan visibilizar y asomar los criterios y principios colaborativos. Algo que he aprendido, poco a poco, es que las colaboraciones involucran distintas fragilidades y no pueden forzarse. No es fácil sostener un proyecto incluyente pero trabajar desde lo sensible, la expresión y la escucha es clave. 

 

Para poder hablar sobre las estrategias que definen la identidad estética de una pieza que involucra la colaboración de varios, creería fundamental tomar en cuenta las inquietudes y herramientas que cada individuo puede aportar, y así atender las configuraciones –urgentes y necesarias– que aparecen. Para mí, eso va fundando una identidad comunicativa que va de la mano con la identidad estética del proyecto. Si vamos a implicarnos, no podemos no indagar sobre cuál es tu-mi cosmogonía, tú-mi identidad, tú-mi práctica, etcétera. Y es en el caminar juntas y juntos que van apareciendo las maneras, los atajos que pertenecen a esa comunidad singular. Algunas opciones que considero aportan a este cruce entre identidad estética y colaboración creativa podrían ser: encontrarnos para ir estableciendo formas autogestivas de diálogo, convivencia y acción; jugar con enunciaciones y dinámicas que pongan en movimiento lo conversado y lo vivido; tallerear los lenguajes y mecanismos que construyen sentido expandiendo el pensamiento disciplinar. También tener espacios íntimos de soledad para perderse. No dar por hecho nada. Trabajar mucho en el no saber y después ir descifrando. 

 

Considero que la luz tiene una existencia coreográfica per se. Es sumamente atractivo pensar en su polisemia y carácter experimental. En ese sentido, cualquier fenómeno merece una indagación sobre la luz. Por ejemplo, imaginemos los hallazgos que podríamos considerar si investigáramos las relaciones entre luz, cuerpo y paisaje en la composición coreográfica de una deriva comunitaria hacia las pampas de Nazca. La creación de esos dibujos fue resultado del impacto de la luz del Sol sobre las piedras quemadas del desierto, que al ser volteadas por el pueblo Nazca dejaron ver la blancura de la arena. 

 

Las nociones de cuerpo humano y cuerpo lumínico se cruzan invariablemente. Al pensar esto me vienen conceptos como ausencia, visualidad, exposición, duración, saturación, fragmentación, contacto, fotosíntesis. Conozco un libro fascinante que se llama Manos que curan de una física atmosférica e investigadora de la Nasa, Barbara Brennan, que después de estudiar el Universo empezó a indagar sobre los poderes curativos de las manos en el campo energético de los seres vivos. Para mí eso se sitúa en la dimensión de la composición coreográfica, y de una manera específica, responde a la pregunta sobre la relación entre cuerpo lumínico y cuerpo humano. El libro tiene unos dibujos increíbles. Finalmente, dialogar con todo esto es poner en marcha otras lógicas sobre la transformación, el estar y el percibir. 

 

Las posibilidades que se presentan para la composición coreográfica cuando una conceptualización lumínica se involucra al principio del proceso, es que lo lumínico se vuelve medio y parte de la investigación que ronda el lenguaje de la pieza y su despliegue. Eso implica darse el tiempo de que los cruces entre espacio, arquitectura, cuerpo, afectos, lenguaje, tecnología, sonoridad, documento, entre otros, puedan aparecer. Es muy interesante observarnos y observar cuándo sucede la toma de decisiones sobre la luz a lo largo de un proceso creativo, qué detona y qué soluciones ofrece. El cómo nos asomamos a lo lumínico es parte del cómo producimos y enmarcamos la experiencia. Por ejemplo, hay piezas que se emplazan de manera muy diferente en cada espacio, en términos lumínicos ¿qué sucede allí? ¿hay coordenadas que cambian? ¿qué tipo de accesibilidad estamos proponiendo? ¿con qué tipo de sensibilidad estamos trabajando?

 

Suele pasar que, en ocasiones, la falta de tiempo y otros factores no permiten experimentar lo suficiente el carácter lumínico de una pieza colaborativa. En ese sentido, me vuelven a la memoria dos proyectos: uno fue cuando hicimos Mesa de Trabajo (2009) en el Galeón con Taniel Morales (artista visual y músico) y Maud D’Angelo (coreógrafa y bailarina). Nos encerramos durante diez días conviviendo con los técnicos del teatro para darle vueltas al espacio y dispositivo escénicos. Otro caso, fue la pieza Resistencia en Silencio (2013-2016), creada junto a Rodrigo Valero-Puertas (artista visual y fotógrafo) y Anaïs Bouts (bailarina y coreógrafa). La obra tardó tres años en transformarse completamente: mientras que en la versión de 2013 había una saturación de pequeños objetos lumínicos que se encendían y apagaban, en 2016 el espacio estaba completamente vacío iluminado únicamente por dos fuentes de luz que evidenciaban los sutiles cambios de los cuerpos en el espacio. Todo esto fue posible porque tuvimos la posibilidad de crear por largos períodos y en residencia, tomándonos el tiempo necesario para observar, conversar, registrar y experimentar.

 
Fotografía 49. Umbral o las sutiles referencias. Dirección: Tania Solomonoff. Diseño de iluminación: el Sol y los árboles. Presentada en el Bosque de eucaliptos en San José del Rincón, Santa Fé Argentina, en octubre del 2019. Producida por Curadora. Residencia para Artistas y FONCA. Fotografía: Tania Solomonoff.

Tania Solomonoff