VISITA A LOS APIARIOS Y MELIPONARIOS DE TICOPÓ Y MANÍ
La abeja produce la miel en su interior, en su organismo, en sus vísceras. Allí procesa el néctar que recolecta de las flores. La floración es esencial, si escasean las flores escasea el alimento. Ellas abastecen de polen y néctar a la colmena para alimentar a las crías, a la reina y a ellas mismas. Retirarles la miel es de alguna manera robarles algo, ese retiro es importante hacerlo con un cuidado interno, siempre balancear el dar y recibir. Eso lo dicen los apicultores y apicultoras. Comentan sobre esos acuerdos, relativos, pero sí enunciados y llevados a cabo. Es, principalmente, un acuerdo interno y colectivo. La abeja qué sabe de extracciones, consumos, producciones y humanos, pero lo cierto es que este vínculo entre el productor y el insecto es parte de una circulación de existencias, de estares, de energías. Algo se produce entre sí, hay una tradición familiar de generaciones detrás de ese encuentro y eso le da un sentido de continuidad, de tejido entre el monte, el animal, el humano. Los fluidos: savia, miel, saliva, lágrima, agua. Circular, ser parte de la circulación. Ser araña, pájaro, lagartija. Hay un aprendizaje de los apicultores y meliponicultoras, no sólo es cosechar miel y producir miel, es darle un sentido a la vida, a la pertenencia por correspondencia. Nos correspondemos. Y, entonces, llega una desde afuera con su bagaje, intentando entrar en esa circulación, circular distinto en función de lo que miras, percibes, enuncias, esperas.
Allí donde se movió el insecto.